La enunciación del concepto de la
filosofía, del contenido y objeto de su estudio, de su descripción como una
materia dirigida a hacer una especie de ejercicio de aplicación del intelecto y
del raciocinio en torno a algunas cuestiones que parecen tan abstractas; puede
inducir a considerar que se trata de un conjunto de desarrollos totalmente
especulativos, absolutamente ajenos a lo que pueda ser el requerimiento o tener
incidencia en la vida cotidiana, en las ocupaciones y preocupaciones diarias en
la vida familiar, en las relaciones con las demás personas y respecto de las
cuestiones comunes de la vida.
Sin embargo, el conocimiento de
la filosofía no se reduce al estudio de las diversas concepciones y doctrinas
estructuradas en torno a los diversos problemas inherentes a esta materia. El
estudio de la filosofía determina, por encima de todo ello, adoptar una actitud
intelectualmente inquieta ante la cantidad de cuestiones y circunstancias que
dicha vida cotidiana plantea; y en valerse del conocimiento filosófico
adquirido en ese proceso educacional, para colocarse en mejores condiciones de
afrontar los problemas de esa vida cotidiana.
El estudio sistemático del
pensamiento filosófico permite adquirir el instrumento para asumir una actitud filosófica; algo que en alguna medida moldea
la propia personalidad y determina que, al abordar las argumentaciones que se
formulan respecto de esas cuestiones, cada uno se incline (aunque sea en forma
primaria) a compartir algún determinado sistema filosófico, o a componer un
propio sistema personal, con una combinación de lo que se ha estudiado con
algunos conceptos personales.
Dependiendo de los
acontecimientos que sobrevienen a cada persona en su vida familiar, cultural y
profesional, económica y de relación, habrán de suscitarse diversas situaciones
cotidianas con variable grado de intensidad, que serán propicias a la
aplicación de una actitud filosófica; es decir, de un análisis objetivo,
sereno, racional, que busque un equilibrio de argumentos lógicos y que permita
determinar una forma de razonar y de actuar.
De tal manera, en la vida
cotidiana, seguramente ocurrirán muchas situaciones en que “filosofar” habrá de
constituir una actitud apreciable; especialmente aquellas que se pueda
considerar que resulten ser situaciones límite en el plano personal. Como
ejemplo, se puede mencionar situaciones referidas a crisis en la vida familiar
(como el fallecimiento de un ser querido); o aquellos momentos en los que sea
preciso tomar decisiones que significarán definir un rumbo, posiblemente para
toda la vida, como elegir una profesión, constituir una familia, aceptar un
empleo a largo plazo en el exterior, etc.
En la vida social, y en las
actividades que ella requiere del individuo, especialmente en cuanto
participante de las actividades propias del ciudadano como agente político en
la democracia, es muy grande la importancia de disponer de un cierto nivel de
conocimiento filosófico; sobre todo, en cuanto ello conduce a tener una actitud
atenta y reflexiva, especialmente dirigida a advertir que los temas importantes
siempre son complejos y que no pueden simplificarse ocultando o ignorando parte
de sus componentes, ni examinarse exclusivamente desde un enfoque personalmente
interesado, que es lo característico de la demagogía.
Ocurre, de tal manera, que el
conocimiento filosófico es un valioso instrumento crítico de los prejuicios y
dogmatismos - considerando tales aquellos conceptos que no resultan objetiva y
racionalmente justificados - que influyen en la actividad de las personas, los
grupos de intereses y especialmente en la estructura de las ideologías.
La filosofía puede considerarse
como el conjunto de ideas, imágenes y valoraciones que utiliza una sociedad
determinada para conocer e interpretar su propia realidad y para tratar de
alcanzar ese conocimiento en una forma objetiva.
En cambio, toda ideología
constituye una visión idealizada e interesada de la realidad; y responde a las
concepciones subjetivas de un determinado grupo de personas, que en definitiva
pretenden transformar la sociedad en una forma voluntarista, apartándose de su
conformación espontánea resultante de su funcionamiento natural, y hacerlo en
definitiva en beneficio de sus propias conveniencias. Y esto es así a pesar de
que es frecuente que quienes actúan de esa manera pretendan negar que profesan
una ideología.
La filosofía es lo contrario del
voluntarismo ideológico, no pretende transformar la realidad sino alcanzar a
conocer cómo ella verdaderamente es, y comprender las razones por las cuales es
así.
La cultura filosófica permite reconocer esas
razones profundas, esa armonía esencial de la realidad, tanto en el orden del
hombre individual como en el de su relacionamiento con los demás a través de la
vida social, económica o política, pero que a menudo es negada en una forma que
permanece implícita; especialmente en lo que en la vida cotidiana de la
actualidad son los innumerables mensajes que las personas reciben y que, más
que por sus contenidos ostensibles, importan porque apuntan a implantarles en
forma no consciente, esos presupuestos de índole ideológica.
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