Creían los griegos en varios dioses, y en cada lugar se rendía
más culto a ciertos dioses que a otros. Pensaban que cada dios cuidaba
especialmente de algún lugar o de algunos asuntos, y no se ocupaba en lo que
no fuera de su incumbencia. Así se creía que la diosa Atena protegía a
Atenas, y allí se le tributaban mayores honores que a cualquier otra deidad.
Algunos de los dioses fueron en un principio cosas de la naturaleza: por
ejemplo, Apolo había sido el sol; pero los griegos las divinizaron, y se
contaban relaciones de las proezas que habían hecho. Con la excepción de que
eran perdurables, y de que tenían gran poder, los dioses griegos eran muy
parecidos a seres humanos, y estaban representados por estatuas en forma de
hombres y mujeres, de mayores dimensiones y de más hermosura. Los griegos no
adoraron nunca animales, como los egipcios, ni hicieron de formas espantosas
a sus dioses, como los hindús. El rey de los dioses era Zeus. Los héroes no eran dioses, sino una raza más
fuerte que los hombres, que vivió mucho tiempo antes, e hizo cosas
maravillosas que los hombres de entonces no podían hacer. Los cuentos acerca
de los dioses y los héroes se llaman mitos (μύθοι). Cada aldea tuvo sus mitos
particulares, y cuando los hombres trataron de reunirlos hicieron libros
grandes, y toda la colección de mitos se llama Mitología. No solamente
creían los griegos que los mitos eran hechos reales, sino que apenas había
cosa de que no pudieran darse cuenta por algún cuento sobre los dioses o los
héroes. Cada ciudad tenía mitos que explicaban cómo empezaron sus costumbres.
Por ejemplo, si se preguntaba a un espartano por qué había siempre dos reyes de
Esparta, contestaba: "porque Aristodemo, el héroe que condujo
primero a los espartanos al país, tuvo dos hijos mellizos." El culto de
los dioses consistía en oraciones y sacrificios, pero no era entonces, como
lo es ahora, cosa para la cual pudieran juntarse todos. En cada lugar había
desde el principio grupos de familias que tenían ciertos cultos que les eran
propios, y el que no pertenecía a estas familias no tenía participación en el
mismo culto.
13.
LAS PRIMERAS UNIONES RELIGIOSAS
Llegamos ahora a la primera especie de unión religiosa que
existió entre los Estados griegos. Mucho antes de que hubiera alianzas o
tratados de paz de ningún género, tribus que vivían cerca se unieron para
tributar culto a un dios dado en un sitio especial, y convinieron en tratar
este santuario, o el terreno dedicado a su culto, como tierra sagrada, aun
cuando estuviesen en guerra una con otra, y en unirse para defenderlo de todo
daño. Se celebraban en épocas regulares fiestas solemnes, en las cuales
tomaban parte todas las tribus interesadas, y se reunían diputados de dichas
tribus para que el templo y sus tierras estuviesen convenientemente
atendidas, y no se perjudicasen. Poco a poco, de este obrar en concierto en
lo que al templo atañía, un grupo de tribus hicieron convenios sobre otros
asuntos, por ejemplo, sobre no cometer ciertas crueldades cuando se hiciesen
la guerra, y, por último, pudieron hacer un tratado de paz perpetua, y tratar
de defenderse mutuamente contra todo enemigo. Se obligaban al cumplimiento de
este tratado prestando juramento ante el dios que todas ellas reverenciaban.
Así es como surgieron las uniones primitivas de Estados. En semejantes
uniones había generalmente un Estado más fuerte que los demás; se decía que
este Estado tenía la hegemonía es decir, la jefatura (ήγεμονία) de la liga. Por esta
razón de que las primeras ligas nacieron de las uniones religiosas, y se
fundaron en el juramento prestado ante el dios, los griegos posteriores,
siempre que hacían una liga, establecían un culto o fiesta común, en la cual
se unían todos los miembros de la liga.
14. ANFITIONÍA DÉLFICA
En tiempos muy remotos existió en el norte de Grecia una gran
unión religiosa. Se unieron doce tribus para adorar a Apolo en Delfos (mapa de Grecia
meridional), y para proteger su templo; y los diputados de todas ellas se
reunían dos veces al año para arreglar todos los puntos que tuvieran relación
con el templo. Esta unión, que se llamó la anfitionía délfica, no llegó a ser
una liga verdadera, y las tribus continuaron haciéndose entre sí la guerra,
pero prestaron el juramento de no hacer dos cosas cuando estuviesen en
guerra, a saber: no destruirse las ciudades, ni cortarle el agua corriente a
una ciudad cuando estuviera sitiada. La reunión de los diputados se llamó el concilio anfictiónico, es
decir, el concilio de los vecinos (άμφικτίονες).
15.
ORÁCULO DE DELFOS
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